miércoles, 8 de junio de 2011

Capitulo 5

Capitulo 5
El Eolio
Los días sucedieron cancinamente. Trabajaba en la Factoría hasta que mis dedos se entumecían, y entonces leía en los archivos hasta que mis ojos veían borroso.
En el quinto día de admisiones finalmente conseguí acabar mis lámparas simpáticas y las llevé al Inventario, esperando que se vendieran rápidamente. Consideré empezar otro par, pero sabía que no estaría a tiempo de acabarlas antes de que mi matricula fuera pagada.
Así pues, me puse a intentar hacer dinero de otras formas. Toqué una noche extra en Anker’s, ganando bebidas gratuitas y un puñado de calderilla de miembros de la audiencia agradecidos. Hice algún trabajo en la Factoría, haciendo simples, útiles objetos como engranajes de latón y unos cristales hechos de vidrio doblemente reforzado. Ese tipo de cosas podían ser vendidas al taller inmediatamente por un minúsculo beneficio.
Entonces, ya que los minúsculos beneficios no iban a ser suficientes, hice dos tandas de emisores amarillos. Cuando son usados para hacer una lámpara simpática, su brillo era de un agradable amarillo muy parecido a la luz del sol. Estaban valorados en bastante dinero ya que implantarlos requería materiales peligrosos.
Los metales pesados y ácidos vaporosos eran los últimos de ellos. Los bizarros compuestos alquímicos eran los realmente aterradores.
Estos eran agentes de transporte que se moverían por tu piel sin dejar una marca, entonces silenciosamente se comen el calcio de tus huesos. Otros simplemente merodearían por tu cuerpo, permaneciendo inactivos durante meses hasta que empezaran a sangrarte las encías y perdieras tu cabello.
Las cosas que producían en el Complejo Alquímico hacían parecer el arsénico como azúcar en tu té.
Yo era minuciosamente cuidadoso, pero mientras trabajaba en la segunda tanda de emisores, mi vaso de tenten se rompió y diminutas gotas del agente salpicó el vidrio de la campana de gases donde estaba trabajando. Nada de él realmente tocó mi piel, pero una única gota aterrizó en mi camisa, por encima de los largos puños de los guantes de piel que llevaba.
Moviéndome lentamente, usé un calibrador cercano para pellizcar el tejido de mi camisa y despegarla de mi cuerpo. Entonces, moviéndome torpemente, corté la pieza de tejido, de manera que no tuviera ninguna opción de tocar mi piel. El incidente me dejó temblando y sudando, y decidí que había mejores maneras de ganar dinero.
Cubrí la falta de un alumno en observación en la Clínica a cambio de una iota y ayudé a un comerciante a descargar tres carretas de lima por medio penique cada una. Entonces, más tarde esa noche, encontré un puñado de despiadados jugadores queriendo que me sentase con ellos en su juego de aire. En el transcurso de dos horas conseguí perder dieciocho peniques y algún acero suelto. Aunque me dio rabia, me forcé a mi mismo a irme de la mesa antes de que las cosas fueran a peor.
Al final de todo mi duro camino, tenía menos en mi monedero que cuando había comenzado.
Por suerte, tenía un último as en la manga.

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Forcé mis piernas hacia la el Gran Camino de Piedra, en dirección a Imre.
Acompañándome estaban Simmon y Wilem. Wil había terminado de vender su última plaza a un desesperado secretario por un diminuto beneficio, así que ambos habían terminado con las admisiones y eran libres como gatitos. La matrícula de Wil se cuantificó en seis talentos con ocho, mientras Simmon estaba aún regodeándose de su impresionantemente baja de cinco talentos con dos.
Mi monedero contenía un talento con tres. Un número desfavorable.
Completando nuestro cuarteto estaba Manet. Su salvaje pelo gris y sus habituales arrugadas ropas, le hacían parecer vagamente desconcertado, como si se acabara de despertar y no recordara donde estaba. Nosotros le trajimos en parte porque necesitábamos un cuarteto para jugar a esquinas pero también porque creímos que era nuestro deber sacar al pobre tipo de la Universidad aunque solo fuera durante un rato.
Los cuatro hicimos nuestro camino sobre el alto arco del Puente de Piedra, cruzando el río Omethi y hacia Imre. El otoño estaba en sus últimos momentos, y yo llevaba mi capa contra la oportunidad de que refrescara. Mi laúd, estaba colgado confortablemente a través de mi espalda.
En el corazón de Imre cruzamos un gran patio de adoquín y caminamos por delante de la fuente central llenada con estatuas de sátiros persiguiendo ninfas. El agua salpicaba y abanicaba en la brisa mientras nos uníamos a la fila que conducía al Eolio.
Cuando llegamos a la puerta me sorprendí de que Deoch no se encontrara allí. En su lugar, había un bajo, sombrío hombre con un ancho cuello. El nos mostró su mano. “Será una iota, joven señor.”
“Perdón,” moví la correa de la funda de mi laúd fuera de su mirada y le enseñe el pequeño caramillo de plata cosido a mi capa. Hice un gesto a Wil, Sim y Manet. “Ellos vienen conmigo.”
Él echó una mirada a mi caramillo sospechosamente. “Tu pareces espantosamente joven,” el dijo, sus ojos clavándose en mi rostro.
“Soy espantosamente joven,” dije simplemente. “Es parte de mi encanto.”
“Espantosamente joven para tener el caramillo,” él aclaró, haciendo de ella una razonablemente educada acusación.
Titubeé. Mientras aparentaba ser mayor de lo que era, eso significaba que parecía unos pocos años más que mis actuales quince. Que yo supiera, era el más joven músico del Eolio. Normalmente, eso jugaba a mi favor, ya que me hacía un tanto novedoso. Pero ahora…
Antes de que pudiera pensar algo que decir, una voz vino de la fila de detrás de nosotros. “No es una farsa, Kett.” Una alta mujer que llevaba un violín asintió hacía mí. “Él ganó su caramillo mientras tú estabas fuera. Es verdadero.”
“Gracias Marie,” dije mientras el portero nos hacía un gesto hacía dentro.
Encontramos una mesa para los cuatro cerca de la pared trasera, con buena vista del escenario. Eché un vistazo a las mesas cercanas y evité un familiar deje de decepción cuando vi que Denna no estaba en ningún sitio a lar vista.
“¿Cuál es el negocio de la entrada?” preguntó Manet mientras miraba alrededor, teniendo en el escenario el alto techo abovedado.
“¿Estaba la gente pagando para entrar aquí?”
Le miré. “¿Has sido estudiante durante treinta años y nunca has estado en el Eolio?”
“Bueno, ya sabes.” Hizo un gesto impreciso. “He estado ocupado. No me voy a esta parte del río muy frecuentemente.”
Sim se rió, sentándose. “Déjame poner esto en términos que entenderás, Manet. Si la música tuviera una Universidad, sería esta, y Kvothe sería un arcanista en pleno derecho.
“Mala analogía,” dijo Wil. “Esto es una corte musical y Kvothe pertenece a su pequeña nobleza. Nosotros nos pegamos a sus faldones para entrar. Esa es la razón por la cual hemos tolerado su problemática compañía por tanto tiempo.”
“¿Una iota entera por entrar?” preguntó Manet.
Asentí
Manet dio un evasivo resoplido mientras miraba alrededor, mirando los bien vestidos nobles en el balcón de arriba. “Bien entonces,” él dijo. “Supongo que he aprendido algo hoy.”

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El Eolio estaba apenas empezando a llenarse, por lo tanto pasamos el rato jugando a esquinas. Era solo un juego amistoso, un drabín una mano, doble para una falsificación, pero pobre como estaba, cualquier apuesta era alta. Afortunadamente, Manet jugaba con la precisión de un reloj de engranaje: sin trucos perdidos, ni salvajes intentos, ni corazonadas.
Sim pagó la primera ronda de bebidas, y Manet la segunda. Para cuando las luces del Eolio se oscurecieron, Manet y yo estábamos diez manos por delante, mayoritariamente debido a la tendencia de Simmons a un entusiasta sobreoferta. Guardé en mi bolsillo la iota de cobre con desalentadora satisfacción. Un talento con cuatro.
Un hombre viejo se abrió paso hacia arriba al escenario. Después de una breve introducción de Stanchion tocó una dolorosa y preciosa versión de “El día de retraso de Taetn” en mandolín. Sus dedos eran ligeros y rápidos y seguros en sus cuerdas. Pero su voz…
Muchas cosas fallan con la edad. Nuestras manos y espalda se vuelven rígidas. Nuestros ojos se vuelven borrosos. La piel se arruga y la belleza se apaga. La única excepción es la voz. Apropiadamente cuidada, la voz no hace excepto crecer en dulzura con la edad y uso constante. La suya era como dulce vino de miel. El acabó su canción con un fuerte aplauso, y después de un momento, las luces volvieron y la sala se hinchó de conversaciones.
“Hay pausas entre los intérpretes.” Expliqué a Manet. “De manera que la gente pueda hablar y caminar alrededor y coger sus bebidas. Tehlu y todos sus ángeles no serán capaces de mantenerte a salvo en caso de que hables durante la actuación de alguien.”
Manet se enfurruñó. “No te preocupes de que os avergüence. No soy un completo bárbaro.”
“Solo te estoy dando una justa advertencia,” Dije. “Tú me mostraste qué era peligroso en la Artificiera. Yo te muestro lo que es peligroso aquí.”
“Su laúd era diferente,” dijo Wilem. “Sonaba diferente del tuyo. Y era más pequeño.”
Luché contra la necesidad de sonreír y decidí no hacer un tema de ello. “Ese tipo de laúd se llama un mandolín.” Dije
“¿Vas a tocar verdad?” Simmon preguntó, retorciéndose en el asiento cómo un impaciente cachorro. “Deberías tocar esa canción que escribiste sobre Ambrose.” El la tarareó un poco, entonces cantó:
A mule can learn magic, a mule has some class,
Cause unlike Young Rosey, he’s just half an ass.
Una mula aprender magia puede, una mula algo de clase tiene,
Porque a diferencia del joven Rosey, el apenas si medio asno es.
(Traduccion literal: Un asno puede aprender magia, un asno tiene algo de clase,
Porque a diferencia del joven Rosey, él es solo medio asno)
Manet se rió en su jarra. Wilem agrietó una escasa sonrisa.
“No,” dije firmemente. “He acabado con Ambrose. Hemos quedado en paz desde hace tanto que estoy hasta preocupado.”
“Desde luego,” Wil dijo, con cara de póquer.
“Lo digo en serio,” dije. “No hay provecho en ello. Estas idas y venidas no hacen más que irritar a los maestros.”
“Irritar es bastante suave,” dijo Manet secamente. “No es exactamente la que yo mismo habría escogido”
“Tú se lo debes“, dijo Sim, con sus ojos destellando con ira. “Además, no te van a levantar cargos con Conducta Inapropiada de un Miembro del Arcano solo por cantar una canción.”
“No,” dijo Manet. “Ellos simplemente subirán su matrícula.”
“¿Qué? Dijo Simmon. “No pueden hacer eso. La matrícula está basada en la entrevista de admisiones.”
El resoplido de Manet hizo eco en su jarra mientras tomaba otra trago. “La entrevista es sólo una parte del juego. Si tu puedes permitírtela, ellos te aprietan un poco. La misma cosa puede ser dicha si les causas problemas.” Me miró seriamente. “Tú vas a recibirlo desde ambos extremos esta vez. ¿Cuántas veces has sido llevado ante las astas el último trimestre?
“Dos.” Admití. “Pero la segunda no fue culpa mía.”
“Desde luego,” Manet me miró honestamente. “¿Y eso es por lo que te ataron y azotaron sangrientamente, no? ¿Por qué no fue culpa tuya?”
Me removí incómodamente en mi silla, notando el tirón de las medio curadas cicatrices a lo largo de mi espalda. “La mayoría de ello no fue culpa mía.” Me corregí.
Manet se encogió de hombros. “Culpa no es el asunto. Un árbol no hace una tormenta, pero cualquier idiota sabe donde el relámpago va a golpear.”
Wilem asintió seriamente. “Allí en mi casa decimos: El más alto tornillo es clavado con el martillo el primero.” El frunció el ceño. “Suena mejor en Siaru.”
Sim parecía preocupado. ”¿Pero la entrevista de Admisiones aún determina parte de la matrícula, verdad?” Por su tono, supuse que Simmon no había siquiera considerado la posibilidad de rencores personales o políticos entrando en la ecuación.
“La mayor parte,” admitió Manet. “Pero los maestros cogen sus propias preguntas, y cada uno dice la suya. A Hemme no le importas tu, y puede llevar el doble de su peso en rencores. Te subiste al lado equivocado Lorren pronto y aún sigues allí. Eres un alborotador. Te perdiste casi un ciclo entero hacia el final del trimestre pasado. Sin advertencias de antemano ni ninguna explicación después.” Me miró significativamente.
Miré abajo a la mesa, deliberadamente consciente de que varias de las clases que me perdí habían sido parte de mi aprendizaje bajo Manet en la Artificería.
Después de un momento, Manet se encogió de hombros y continuó. “Y por encima de todo, ellos te estarán probando como Re’lar esta vez. Las matrículas se elevan en los rangos superiores. Hay una razón por la cual he permanecido como E’lir todo este tiempo.” Me miró dura y fijamente. “¿Mi mejor estimación? Serás afortunado si sales por menos de diez talentos.”
“Diez talentos.” Sim succionó el aire entre sus dientes y sacudió su cabeza empáticamente. “Menos mal que vas bien de dinero.”
“No tan bien como para eso.” Dije
“¿Como no puedes estarlo?” preguntó Sim. “Los maestros multaron a Ambrose con casi veinte talentos después de que rompiera tu laúd. ¿Que has hecho con todo el dinero?”
Miré abajo y empujé suavemente con el pie a la funda del laúd.
“¿Te lo gastaste en un nuevo laúd?” Simmon preguntó, horrorizado.
“¿Veinte talentos? Sabes lo que puedes comprar con esa cantidad de dinero?”
“¿Un laúd?” preguntó Wilem
“No sabía siquiera que te pudieras gastar esa cantidad de dinero en un instrumento,” dijo Simmon.
“Puedes gastarte más que eso,” Dijo Manet. “Son cómo caballos.”
Eso hizo que la conversación se interrumpiera de golpe. Wil y Sim se giraron hacia él, confusos.
Me reí. “Esa es realmente una buena comparación.”
Manet asintió sabiamente. “Hay una gran extensión de caballos, ya ves. Puedes comprar un desecho y viejo caballo de arado por menos de un talento. O puedes comprar un rápido Vaulter por cuarenta.”
“No creo,” Wil gruñó. “No por un Vaulter de raza pura.”
Manet sonrió. “Eso es exactamente. Tanto como hayas oído gastarse a alguien en un caballo, puedes gastarlo perfectamente en comprarte una buena arpa o violín.”
Simmon se quedó atónito ante eso. “Pero mi padre una vez gastó dos cientos cincuenta en un cola de Kaepcaen,” dijo
Me eché hacia un lado y señalé. “El hombre rubio de allí, tiene un mandolín que está valorado en dos veces eso.”
“Pero,” dijo Simmon.” Los caballos tienen líneas de sangre. Tú puedes comprar un caballo y venderlo.”
“Ese mandolín tiene una línea de sangre,” Dije. “Fue hecho por el mismísimo Antressor. Tiene unos ciento cincuenta años.”
Miré como Sim absorbía la información, mirando alrededor a todos los instrumentos de la sala. “Aún así,” Sim dijo. “Veinte talentos.” Él sacudió su cabeza. “¿Por qué no esperaste hasta después de Admisiones? Podrías gastar lo que quisieras de lo restante para el laúd.”
“Lo necesitaba para tocar en Anker’s,” expliqué. “Tengo habitación y mesa gratis como músico del local. Si no toco, no puedo estar allí.”
Era la verdad, pero no toda ella. Anker me hubiera dado un tiempo si le hubiera explicado mi situación. Pero si hubiera esperado, hubiera tenido que pasar al menos dos ciclos sin laúd. Sería como perder un diente o una extremidad. Sería como permanecer dos ciclos con mi boca cerrada por una costura. Era inconcebible.
“Y no me gasté todo en el laúd,” dije. “Tenía unos cuantos gastos que acometer.” Específicamente, había pagado a la chica a cual le había pedido prestado el dinero. Eso habían sido seis talentos, pero ser libre de mi deuda con Devi era como quitarse un gran peso de encima del pecho.
Pero ahora volvía a sentir ese mismo peso oprimiéndome otra vez de vuelta. Si la suposición de Manet era como mínimo medio bien planteada, era peor de lo que nunca hubiera imaginado.
Afortunadamente, las luces se oscurecieron y la sala se volvió más silenciosa, salvándome de exponérmelo durante más rato. Miramos arriba donde Stanchion estaba llevando a Marie arriba del escenario. El intercambió unas palabras con la audiencia cercana mientras ella afinaba el violín y la sala empezó a calmarse, en silencio.
Me gustaba Marie. Era más alta que muchos hombres, orgullosa como una gata, y hablaba por lo menos cuatro lenguas. Muchos de los músicos de Imre hacían sus mejores esfuerzos por imitar la última moda, esperando mezclarse con la nobleza, pero las ropas de Marie eran ropas de viaje. Pantalones que podías llevar en un día de trabajo, botas que podías usar para caminar veinte millas.
No pretendo insinuar que ella fuera casi vestida de estar por casa. Ella simplemente no se volvía loca con la moda o fruslerías tales. Sus ropas eran obviamente hechas a mediada, arrapadas y favorecedoras. Esta noche llevaba los colores burdeos y marrón, los colores de su mecenas, la Dama Jhale.
Los cuatro miramos al escenario.” Admitiré,” Willem dijo silenciosamente. “que he hecho un buen examen de Marie.”
Manet se rió entre dientes. “Eso es una mujer y media,” dijo el. “Lo que quiere decir que es cinco veces más mujer que cualquiera con la que vosotros sabéis que hacer.”
En tiempos diferentes, tal declaración podría habernos incitado a protestar arrogantemente. Pero Manet lo expresó sin ninguna deje de provocación en su voz, así que lo dejamos pasar. Especialmente porque era probablemente cierto.
“No para mí,” dijo Simmon. “Ella siempre parece como si estuviera preparada para pelear con alguien. O ir y domar un caballo salvaje.”
“Sí, es cierto.” Manet rió entre dientes de nuevo. “Si estuviéramos viviendo en mejores épocas habrían construido un templo alrededor de una mujer así.”
Nos quedamos en silencio mientras Marie terminaba de afinar su violín y relajó la melodía en una dulce espiral, lenta y suave, tan suave como una brisa de primavera.
Aunque no tuve de tiempo de contárselo, Simmon tenía más que razón. Una vez, en el Cardo y Pedernal, había visto como Marie daba un puñetazo a un hombre en la garganta al referirse a ella como “esa zorra violinista bocazas.” Ella lo pataleó también cuando se encontraba en el suelo. Pero solo una vez y en ningún sitio donde le fuera a doler permanentemente.
Marie continuó su espiral, su lento y dulce ritmo construyendolo gradualmente hasta que se convirtió en un trote con brío. El tipo de melodía que solo pensarías en bailar si tuvieras unos pies excepcionalmente ligeros, o estuvieras excepcionalmente borracho.
Lo dejó construirse hasta que alcanzó más allá que cualquier cosa que ningún hombre podría soñar con bailar. Ahora no era nada parecido a un trote. Corrió, rápido como un par de chiquillos compitiendo. Me maravillé ante lo limpio y claro que eran los movimientos de sus dedos a pesar del ritmo frenético.
Más rápido. Rápido como un venado con un perro salvaje tras él. Empecé a ponerme nervioso, sabiendo que era solo cuestión de tiempo que deslizase, resbalase o se le cayese una nota. Pero de alguna forma ella continuó llevando cada nota a la perfección, afilada, fuerte, suave. Sus temblorosos dedos arqueados arriba contra las cuerdas. La muñeca de la mano que sostenía el arco colgaba suelta y floja a pesar de la terrible velocidad.
Aún más rápido. Su cara estaba resuelta. El brazo que sujetaba el arco se desdibujaba. Más rápido incluso. Se apoyó firmemente, sus largas piernas se plantaron firmemente en el escenario, su violín bien sujeto en el espacio de su mandíbula. Cada nota sostenida era como el cantar de un pájaro de buena mañana. Todavía más rápido.
Acabó de prisa y dio un súbito arco con floritura incluida, sin un simple error. Yo estaba ya sudando como un caballo después de una dura carrera, con mi corazón corriendo.
No era el único. Wil y Simmon tenían ambos una capa de sudor a lo largo de la frente.
Los nudillos de Manet estaban blancos dónde él había agarrado los bordes de la mesa.
“Tehlu misericordioso,” dijo el con respiración entrecortada. “¿Hay música cómo ésta cada noche?”
Le sonreí. “Aún es pronto,” dije. “No me has oído tocar.”

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Wilem pagó la siguiente ronda de bebidas y nuestra habla derivó en los cotilleos de la Universidad. Manet había estado allí desde hacía mucho más tiempo que la mitad de los maestros, así que sabía más escandalosas historias que los tres de nosotros juntos.
Un hombre con espesa barba gris tocó una conmovedora versión de “En Faeant Morie” con su laúd. Entonces dos encantadoras mujeres, una en los cuarenta y otra suficientemente joven como para ser su hija, cantaron un dueto sobre Laniel Joven-De Nuevo que no había escuchado nunca.
Marie fue llamada de vuelta al escenario y tocó una simple giga con tanto entusiasmo que hizo que la gente la bailara en los espacios entre mesas. Manet de hecho se levantó en el coro final y nos sorprendió demostrando que poseía un buen juego de pies. Le vitoreamos y cuando él tomó su asiento de nuevo, estaba rojo y respirando fuertemente.
Wil le pagó una bebida, y Simmon se volvió hacía mí con la excitación reflejada en sus ojos.
“No,” dije. “No la voy a tocar. Ya te lo he dicho.”
Sim se desinfló con tal profunda decepción que no pude hacer más que reír. “Te dire que. Voy a dar una vuelta alrededor el lugar. Si veo a Threpe le lo propondré.”
Hice mi lento camino a través de la abarrotada sala, y mientras miraba si veía a Threpe, la verdad es que estaba buscando a Denna. No la había visto entrar por la puerta frontal, pero con la música, cartas y conmoción general, había la oportunidad que me hubiera perdido su entrada.
Me llevó un cuarto de hora hacer metódicamente mi camino por el atestado piso principal, mirando a todas las caras y parando a intercambiar unas palabras con unos cuantos músicos por el camino.
Me dirigí al segundo piso justo cuando las luces se apagaban de nuevo. Me quedé en la reja para ver un gaitero Ílico tocar una triste, cadenciosa melodía.
Cuando las luces volvieron, busqué en el segundo piso del Eolio: un amplio balcón con forma de luna creciente. Mi búsqueda era más un ritual que otra cosa. Buscar a Denna era un ejercicio de futilidad demostrada, como rezar para que haga buen tiempo.
Pero esta noche era la excepción de la regla. Mientras vagaba por el segundo piso la atisbé caminando con un alto caballero de cabello negro. Varié mi ruta a través de las mesas de manera que los interceptase casualmente.
Denna me atisbó medio minuto después. Me dirigió una brillante, entusiasta sonrisa y soltó la mano del brazo de su acompañante, haciéndome señas para que me acercara.
El hombre a su lado era orgulloso como un halcón y atractivo, con una mandíbula como ladrillos de ceniza. Llevaba una camisa de destellante seda blanca y una chaqueta de gamuza suntuosamente tintada, del color de la sangre. Con puntadas de plata. Plata en la hebilla y en el puño. En cada trozo de él se veía al caballero Modegano. El precio de sus ropas, sin contar siquiera sus anillos, hubiera pagado mi matrícula durante un año seguido.
Denna estaba interpretando el papel de la encantadora y atractiva acompañante.
En el pasado había visto vestida a Denna de forma parecida a mí: ropas sencillas pensadas para mal tiempo y viajes. Pero esta noche iba vestida con un largo vestido de seda verde. Su cabellera oscura, rizada ingeniosamente alrededor de su cara y cayéndose más allá de sus hombros. En su garganta llevaba una esmeralda colgada con forma de una tersa lágrima.
Conjuntaba perfectamente con el color de su vestido así que no era pura coincidencia.
Me sentí un poco andrajos a menos por la comparación. Más que un poco. Cada pieza de ropa que poseía en el mundo se remontaba a cuatro camisas, dos pares de pantalones, y unos cuantos artículos diversos. Todo ello de segunda mano y gastado en buen grado. Estaba llevando mis mejores esta noche, pero estoy seguro que me entenderás cuando digo que mis mejores no eran precisamente excelentes.
La excepción era mi capa, regalo de Fela. Abrigaba y era fantástica, hecha a mi medida de color verde y negro, con numerosos bolsillos en el forro. No era del todo elegante, pero era la mejor cosa que poseía.
Mientras me acercaba, Denna dio un paso adelante y me tendió su mano para que la besase, el gesto con mucho aplomo, casi altivo. Su expresión estaba serena, su sonrisa, educada. Para el observador casual ella parecía del todo la refinada dama que está siendo cortés con el pobre músico.
Todo lo indicaba excepto sus ojos. Eran oscuros y hondos, del color del café y el chocolate. Sus ojos, estaban bailando con diversión, llenos de risa. De pie tras ella, el caballero hizo un amago de fruncir el ceño cuando ella me ofreció su mano. No sabía exactamente a qué juego estaba ella jugando, pero podía intuir mi parte en él.
Así pues me doblé de cintura sobre su mano, besándola ligeramente en una reverencia.
Había sido entrenado en las maneras distinguidas a muy corta edad, así que sabía que estaba haciendo. Cualquiera puede doblar la cintura, pero para hacer una buena reverencia hace falta habilidad.
Esta en concreto era cortés y halagadora y, cuando apreté mis labios al reverso de su mano, desplacé mi capa a un lado con un delicado giro de muñeca. Esto último era lo más difícil, puesto que me había llevado varias horas practicando en el espejo el hacer parecer el movimiento lo suficientemente casual que requería.
Denna hizo una femenina reverencia que pareció una hoja cayendo y dio un paso atrás para permanecer al lado del caballero. “Kvothe, este es Lord Kellin Vantenier. Kellin, Kvothe.”
Kellin me miró de arriba abajo y se formó una completa opinión de mí en menos de lo que puedes hacer una corta, repentina respiración. Su expresión se volvió desdeñosa, y asintió en mi dirección. El desdén no me es desconocido, pero estaba sorprendido como me picó éste en particular.
“A tu servicio, mi lord.” Hice una educada reverencia y cambié el peso de mi cuerpo de manera que mi capa cayera tras mis hombros, dejando al descubierto mi caramillo de plata.
Él estaba a punto de mirar hacia otra dirección con estudiada indiferencia cuando su ojo se clavó en el brillo del metal. No era nada especial en términos de joyería, pero aquí era algo significante. Wilem tenía razón: en el Eolio, yo era alguien de la baja nobleza.
Y Kellin lo sabía. Después de lo que dura un latido de corazón de consideración, me devolvió la reverencia. No era más que un saludo de cabeza, realmente. Lo suficientemente bajo como para ser educado. “Tuyos sean yo y los míos,” dijo en perfecto Atur. Su voz era más honda que la mía, una tibia voz de bajo con suficiente acento Modegano como para tener un deje de canto musical.
Denna inclinó su cabeza en su dirección. “Kellin me ha estado enseñándome a tocar el arpa.”
“Estoy aquí para ganar mi caramillo” dijo, su profunda voz llena de certeza.
Cuando hablaba, mujeres de las mesas de la zona se volvían para mirar en su dirección con hambrientos ojos medio cerrados. Su voz tenía el efecto opuesto en mí. Ser rico y apuesto era suficientemente malo. Pero tener una voz como miel encima de pan templado encima de todo era simplemente inexcusable. El sonido de ella me hacía sentir como un gato agarrado de la cola y restregado por una mano mojada.
Le miré las manos. “¿Así pues eres un arpisto?”
“Arpista,” me corrigió rígidamente. “Toco el Pendenhale. Rey de los instrumentos.”
“Tomé medio aliento, entonces cerré mi boca. La gran arpa Modegana había sido la reina de los instrumentos quinientos años atrás. Estos días era una curiosa antigüedad. Lo deje pasar, evitando la discusión por el bien de Denna. “¿Probarás suerte esta noche?” pregunté.
Los ojos de Kellin se estrecharon ligeramente. “No habrá nada relacionado con la suerte cuando yo toque. Pero no. Esta noche estoy disfrutando de la compañía de mi dama Dinael.” Se llevó la mano de Denna a sus labios y le dio un distraído beso. Miró alrededor a la murmurante muchedumbre de forma propietaria, como si le pertenecieran. “Estaré en digna compañía aquí, creo.”
Miré a Denna de reojo, pero ella estaba evitando mis ojos. Ladeó su cabeza a un lado mientras jugaba con un pendiente que había estado escondido bajo su pelo, una diminuta gota esmeralda que conjuntaba con el collar de su garganta.
Los ojos de Kellin pasaron por encima de mí de nuevo. La mala condición de mi ropa. Mi pelo, demasiado corto para ir a la moda, demasiado largo para ser otra cosa que salvaje. “¿Y eres un… gaitista?”
El instrumento menos caro. “Gaitero,” dije suavemente. “Pero no. Soy partidario del laúd.”
Alzó sus cejas. “¿Tocas el laúd de corte?”
Mi sonrisa se tensó a pesar de mis mejores esfuerzos. “Laúd de troupe.”
“Ah!” dijo, riéndose como si las cosas ahora encajaran. “¡Música folklórica!”
También lo ignoré, aunque menos fácilmente que antes. “¿Tenéis asientos ya?” pregunté alegremente. “Algunos de nosotros hemos cogido una mesa abajo con buena visión del escenario. Sois bienvenidos en caso de que queráis uniros.”
“La dama y yo ya tenemos una mesa en el tercer círculo.” Kellin asintió en dirección a Denna. “Preferiría la compañía de arriba.”
Fuera de su campo de visión, Denna puso los ojos en blanco.
Mantuve una cara lisa e hice otra educada inclinación hacia él, poco más que una inclinación de cabeza. “No os retrasaré entonces.”
Me volví hacia Denna. “Mi señora. ¿Podría llamarte en algún momento?”
Ella suspiró, pareciendo del todo de la alta sociedad, exceptuando sus ojos, que aún estaban riéndose de la ridícula formalidad del intercambio. “Estoy segura de que lo entiendes, Kvothe. Mi horario está prácticamente lleno para los próximos días. Pero podrías hacerme una visita el ciclo que viene si lo deseas. He cogido habitaciones en el Hombre Gris.”
“Eres muy amable,” dije, y le dirigí una reverencia más ferviente que la que le había dado a Kellin. Ella me puso los ojos en blanco a mí esta vez.
Kellin la cogió del brazo, dándome con su hombro en el proceso, y los dos se fueron caminando hacia el gentío., moviéndose con dignidad por la muchedumbre, sería fácil creer que poseían el lugar, o quizá que estuvieran pensando en comprarlo para usarlo como casa de verano. Solo la vieja nobleza se mueve con esa sencilla arrogancia, sabiendo profundamente en sus tripas que todo lo del mundo existe para hacerlos feliz. Denna estaba imitándolo maravillosamente, pero para Lord Kellin MandíbulaDeLadrillo, era tan natural como respirar.
Miré hasta que estuvieron a mitad de camino de las escaleras del tercer piso. Allí fue donde Denna paró y se puso una mano en la cabeza. Entonces miró alrededor al suelo, con su expresión preocupada. Los dos hablaron por un momento mientras ella señalaba arriba a las escaleras. Kellin asintió y continuó subiendo hasta quedar fuera de vista.
Al encorvarme, miré abajo y atisbé un brillo plateado allí donde Denna había estado cerca de la verja. Me moví y me quedé allí, forzando a un par de comerciantes ceáldicos a dar un rodeo alrededor de mí.
Hice ver que estaba observando el gentío de abajo hasta que Denna vino más cerca y me dio una palmada en el hombro. “Kvothe.” Dijo con preocupación. “Siento molestarte, pero me parece que he perdido un pendiente. ¿Serías tan amable de ayudarme a buscarlo? Estoy segura de que lo tenía puesto hace apenas un momento.”
Accedí, y pronto estábamos compartiendo un momento de privacidad, decorosamente buscando en las tablas del suelo con nuestras cabezas juntas en cercanía. Afortunadamente, el vestido de Denna era en el estilo de Modeg, largo y holgado alrededor de las piernas. Si hubiera estado abierto con una raja al estilo de la Mancomunidad, la visión de ella agachándose en el suelo hubiera sido escandalosa.
“Por el cuerpo de Dios,” murmuré. “¿De dónde lo sacaste?”
Denna se rió entre dientes bajo en su garganta. “Silencio. Tú eres el único que sugirió que aprendiera a tocar el arpa. Kellin es bastante buen maestro.”
“La arpa con pedales Modegana, pesa cinco veces lo que tú,” dije. “Es un instrumento de salón. No serás nunca capaz de tocar uno en los caminos.”
Ella dejo de pretender buscar su pendiente y me dirigió una mirada mordaz. “¿Y quién ha dicho que no tendré nunca un salón de arpa en el que tocar?”
Miré hacia el suelo y me encogí de hombros tanto como pude. “Es suficientemente bueno para aprender, supongo. ¿Cómo te está yendo con ella de momento?”
“Es mejor que la lira,” dijo. “Ya puedo ver eso. Apenas puedo tocar Ardilla en el tejado de paja, por eso.”
“¿Él es bueno?” le dirigí una mirada lasciva. “Con sus manos, me refiero.”
Denna se puso un poco roja y contempló por un segundo si darme un manotazo. Pero ella recordó su decoro a tiempo y se decidió por entrecerrar los ojos en su lugar. “Eres horroroso,” dijo, “Kellin ha sido un perfecto caballero.”
“Que Tehlu nos libre de los perfectos caballeros,” dije.
Ella sacudió su cabeza. “Quería decirlo en sentido literal,” dijo ella. “El no ha estado fuera de Modeg antes. Es como un gato en un gallinero.”
“¿Así que ahora eres Dinael?” pregunté.
“Por ahora. Y para él,” dijo, mirándome de reojo con una pequeña y extraña sonrisa. “Para ti prefiero ser Denna mejor.”
“Es bueno saberlo,” dije, entonces impulsé mi mano lejos del suelo, mostrando la pulida gota esmeralda de un pendiente. Denna hizo ver que descubría el pendiente, elevándolo a la luz. “¡Ah! ¡Aquí estás!”
Me levanté y le ayudé a ponerse a ella ponerse de pie. Ella se quitó el cabello del hombro y se inclinó hacia mí. “Soy muy torpe para estas cosas,” dijo. “¿Te importaría?”
Di un paso adelante hacia ella y me quedé cerca mientras ella me daba su pendiente. Ella olía débilmente a flores silvestres. Pero bajo ello, olía a hojas de otoño. Como el oscuro olor de su propio pelo, como polvo de caminos y como el aire antes de una tormenta de verano.
“¿Así que quién es?” dije suavemente. “¿El segundo hijo de alguien?”
Ella dio una apenas imperceptible sacudida de cabeza, y un mechón de su pelo cayó para rozar el reverso de mi mano. “El es un lord en pleno derecho.”
“Skethe te retaa van,” maldije. “Guarda bajo llave a tus hijos e hijas.”
Denna se rió de nuevo, silenciosamente. Su cuerpo se sacudió cuando aguantó para aguantar la risa.
“Quédate quieta,” dije mientras aguantaba su oreja con cuidado.
Denna respiró profundamente y dejó escapar el aire de nuevo, componiéndose. Pasé el pendiente por el lóbulo de su oreja y di un paso alejándome. Ella levantó una mano para comprobarlo, entonces dio un paso atrás e hizo otra femenina reverencia. “Gracias por toda tu ayuda.”
Le hice otra reverencia. No era tan pulida como la reverencia que le había dedicado antes, pero era más honesta. “Estoy a tu servicio, mi señora.”
Denna sonrió afectuosamente mientras se volvía, con sus ojos riendo de nuevo.

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Acabé de explorar el segundo piso por educación, pero Threpe no parecía estar alrededor. Sin querer arriesgarme a la incomodidad de un segundo encuentro con Denna y su lord, decidí evitar el tercer piso directamente.
Sim tenía la animado aparciencia que tomaba cuando iba por la quinta bebida. Manet estaba tumbado en su silla, con los ojos medio cerrados, su jarra descansando confortablemente en la subida de su barriga. Wil estaba igual que siempre sus oscuros ojos ilegibles.
“Threpe no está en ningún lugar en que pueda ser encontrado,” dije mientras tomaba asiento. “Perdón.”
“Eso es muy malo,” dijo Sim. “¿Ha tenido algo de suerte en encontrarte a un mecenas ya?”
Sacudí mi cabeza amargamente. “Ambrose ha asustado o sobornado a cada noble en cien millas desde aquí. Ellos no tendran nada que ver conmigo.”
“¿Por qué no te coge Threpe para él mismo?” preguntó Wilem. “A él le gustas bastante.”
Sacudí mi cabeza. “Threpe está manteniendo ya a tres músicos. Cuatro realmente, pero dos de ellos son una pareja casada.”
“¿Cuatro?” dijo Sim horrorizado. “Me pregunto cómo puede aún permitirse comer.”
Wil alzó el cabeza, curioso, y Sim se inclinó hacia delante para explicar. “Threpe es un conde. Pero sus posesiones no son realmente tan extensas. Mantener a cuatro músicos en sus ingresos es algo extravagante.”
Will frunció el ceño. “Bebidas y cuerdas no pueden costar tanto.”
“Un mecenas es responsable de más que eso.” Sim empezó a contar cosas con sus dedos. “Esta primero la orden del patrocinio. Entonces él provee habitaciones y mesa para sus músicos, un sueldo anual, unas ropas en los colores de su familia---“
“Dos conjuntos de ropa, tradicionalmente,” interjecté. “Cada año.” Creciendo en la troupe, nunca aprecié los ropajes que Lord Greyfallow nos había dado. Pero esos días no podía ni imaginar cómo se vería de mejorado mi armario con dos nuevos juegos de ropa.
Simmon sonrió ampliamente cuando el camarero llegó, dejando sin ninguna duda quien era el responsable de los vasos de marca de mora dejados en frente nuestro. Sim levantó su vaso en un silencioso brindis y bebió un trago ininterrumpido. Levanté mi vaso en respuesta, como Wilem, aunque eso obviamente le apenaba. Manet se mantuvo quieto, y empecé a pensar que había se había quedado dormido.
“Todavía no me cuadra.” Wilem dijo, dejando su vaso. “Todo lo que el mecenas saca de ello son los bolsillos más ligeros.”
“El mecenas recibe reputación,” expuse. “Eso es la razón por la cual los músicos llevan los ropajes. Además tienen entretenimientos a su entera disposición a una llamada: fiestas, danzas, festividades. A veces escribirán canciones o tocarán cuando él se lo pida.”
Will aún permanecía escéptico. “Aún parece que el mecenas se lleva la peor parte del pastel.”
“Eso es porque solo tienes la mitad del cuadro,” dijo Manet, poniéndose derecho en su silla. “Tú eres un chico de ciudad. No sabes lo que es crecer en un sitio construido en tierras de un solo hombre.
“Estas son tierras de Lord Poncington,” dijo Manet, usando un poco de cerveza derramada para trazar un círculo en el centro de la mesa. “Donde tu vives como buen pequeño comunista que eres.” Manet cogió el vaso vacío de Simmon y lo puso en medio del círculo.
“Un dia, un tipo vaga por aquí llevando los colores de Lord Poulcington.” Manet cogió su vaso lleno y lo mandó haciendo brincos alrededor de la mesa hasta que se quedó al lado del vaso vacío de Simmon. “Y este tipo toca canciones para todo el mundo en la posada local.” Manet salpicó algo del líquido en el vaso de Sim.
Sin necesitar ninguna iniciativa, Sim sonrió y se lo bebió.
Manet trotó su vaso alrededor de la mesa y entró en el círculo de nuevo. “El mes siguiente una pareja más pueblerina viene llevando sus colores y representa un espectáculo de marionetas.” Vertió más líquido y Sim lo trajo de vuelta. “El siguiente mes hay otra actuación.” Otra vez
Entonces Manet cogió su jarra de madera y la llevó a través de la mesa al círculo. “Entonces, el hombre de los impuestos aparece, llevando los mismos colores.” Manet golpeó su jarra vacía impacientemente en la mesa.
Sim se sentó confuso por un momento, entonces cogió su propia jarra y echó algo de cerveza dentro.
Manet le miró y dio un golpe a la jarra de nuevo, duramente.
Sim vertió el resto de su cerveza en la jarra de Manet, riéndose. “Prefiero más la mora de todos modos.”
“Lord Polcington también prefiere sus impuestos,” dijo Manet. “Y la gente ser entretenida. Y el hombre de los impuestos no ser envenenado y enterrado en una tumba poco profunda detrás del viejo molino.” Él tomó un trago de vino. “Así pues funciona bien para todo el mundo.”
Wil observó el intercambio con sus serios ojos oscuros. “Eso tiene más sentido.”
“No es siempre tan mercenario como eso,” dije. “Threpe quiere ayudar sinceramente a los músicos a mejorar su arte. Algunos nobles tratan a sus músicos como caballos en un establo.” Suspiré. “Incluso eso sería mejor que lo que tengo ahora, que es nada.”
“No te vendas barato,” dijo Sim alegremente. “Espera y consigue un buen mecenas. Te lo mereces. Eres igual de bueno que cualquier músico de aquí.”
Me quedé callado, demasiado orgulloso para contarles la verdad. Era pobre de una forma que el resto de ellos difícilmente podría entender. Sim era de la nobleza de Atur, y la familia de Wil eran comerciantes de lana de Ralien. Ellos pensaban que ser pobre significaba no tener suficiente dinero para ir de bebidas tan usualmente como ellos quisieran.
Con la matrícula avecinándose, no me atrevía a gastar un mísero penique. No podía comprar velas, ni tinta, ni papel. No tenía ninguna joya que empeñar, ningún préstamo, no tenía padres a los que escribir a casa. Ningún respetable prestamista me daría ni un fino resplandor. Dificilmente sorprendente, ya que era un desarraigado, huérfano Edema Ruh cuyas posesiones cabrían en un saco de arpillera. No tenía por qué ser un gran saco tampoco.
Me levanté antes de que la conversación tuviera oportunidad de llegar a un territorio inconfortable. “Es hora de que haga algo de música.”
Cogí la funda de mi laúd y me dirigí hacia donde Stanchion estaba sentado en un rincón de la barra. “¿Que tienes para nosotros esta noche?” preguntó, moviendo su mano a lo largo de su barba.
“Una sorpresa.”
Stanchion se quedó parado en el acto de levantarse de su taburete. “¿Se trata del tipo de sorpresa que va a causar un disturbio o hacer que la gente incendié el lugar? Preguntó.
Sacudí mi cabeza, sonriendo.
“Bien.” Sonrió y se dirigió al escenario. “En ese caso me gustan las sorpresas.”

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