miércoles, 8 de junio de 2011

Prologo: Un silencio de tres partes

El amanecer estaba próximo. La Posada Roca de Guía estaba en silencio, y fue un silencio de tres partes.
La parte más obvia era una vasta, calma de eco constituido de las cosas que faltaban. Si hubiera habido una tormenta, las gotas de lluvia podrían haber golpeado y crepitado contra los sembradíos de vid detrás de la posada. La tormenta habría murmurado y retumbado y perseguido el silencio por el camino como hojas de otoño caídas. Si hubiera habido viajeros agitándose en sus habitaciones ellos habrían estirado y hecho quejarse lejos al silencio como deshilachándolo, como sueños casi olvidados. Si hubiera habido música. . . pero no, por supuesto, no había música. De hecho no había ninguna de estas cosas, así que el silencio permaneció.
Dentro de la Roca Guía un hombre de cabello oscuro dejo que la puerta trasera se cerrara tras él. Moviéndose a través de la perfecta oscuridad, se deslizó por la cocina, a través de la cantina, y bajo las escaleras del sótano. Con la facilidad de una gran experiencia, evitó las tablas sueltas que pudieran gemir o suspirar bajo su peso. Cada paso lento hizo sólo el más elemental tep contra el suelo. Al hacer esto añadió su pequeño silencio, un furtivo silencio al mayor eco de uno. Estos hicieron una especie de aleación, un contrapunto.
El tercer silencio no era una cosa fácil de notar. Si has escuchado lo suficiente podrías comenzar a sentirlo en el frío del cristal de la ventana y las paredes de escayola lisa de la habitación del posadero. Estaba en el cofre negro que descansa a los pies de una cama dura y estrecha. Y estaba en las manos del hombre que yacía allí, inmóvil, buscando el primer pálido indicio de la luz proveniente del alba.
El hombre tenía el pelo verdaderamente rojo, rojo como una llama. Sus ojos eran oscuros y distantes y yacía con el aire resignado de quien hace tiempo abandonó toda esperanza de dormir.
La posada Roca de Guía era suya, al igual que el tercer silencio. Así debía ser, ya que ese era el mayor silencio de los tres, y envolvía a los otros dos. Era ancho y profundo como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un rio. Era un sonido paciente e impasible como de flores cortadas; el silencio de un hombre que está esperando la muerte.

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