miércoles, 8 de junio de 2011

Capitulo 9

Capitulo 9
Una Lengua Cortés
Mi pelo aún estaba mojado cuando hice mi camino a través de un pasillo estrecho, luego escaleras arriba al escenario de una sala de conferencias vacía. Como siempre, la sala estaba totalmente oscura excepto por la gran mesa en forma de media luna. Me dirigí al borde de la luz y esperé educadamente.
El Canciller me hizo un gesto para que me adelantara y caminé hacia el centro de la mesa, extendiéndome para darle mi ficha. Entonces di un paso atrás para colocarme en el círculo de luz algo mas brillante entre las dos prominentes astas de la mesa.
Los nueve maestros me miraron. Me gustaría decir que parecían espeluznantes, como cuervos en una valla o algo por el estilo. Pero aunque todos ellos llevaban sus ropas de maestros, iban demasiado desiguales para parecer siquiera una agrupación de algo.
Lo que es más, podía ver las huellas del cansancio en ellos. Solo entonces se me ocurrió que al igual que los alumnos odiaban las admisiones, no era probablemente tampoco para los maestros, un paseo por el jardín.
Arwyl me miró detenidamente, con su cara abuelesca detrás de sus gafas redondas. “¿Cuáles son las propiedades medicinales de la mhenka?” preguntó.
“Potente anestésico, dije. “Potente catatónico. Posible purgante.” Titubeé. “Cuenta también con un saco entero de complicados efectos secundarios. ¿Debo enumerarlos todos?”
Arwyl sacudió la cabeza. “Un paciente viene a la Clínica quejándose de dolores en sus articulaciones y respiración dificultosa. Su boca está seca, y expone que nota un sabor dulce en su boca. Se queja de escalofríos, pero en ese momento está sudoroso y con fiebre. ¿Cuál es tu diagnostico?”.
Tome aliento, entonces titubeé, “No diagnostico en la Clínica, Maestro Arwyl. Iría a buscar a uno de tus El’the para hacerlo.”
Él me sonrió, arrugando las comisuras de sus ojos. “Correcto”, dijo. “¿Pero por el bien de la cuestión, que piensas que podría estar mal?”
“¿Es el paciente un estudiante?”
Arwyl levantó una ceja. “¿Qué tiene eso que ver con el precio de la mantequilla?”
“Si trabaja en la Factoría, podria ser gripe del fundidor,” dije. Arwyl arqueó una ceja y añadí, “Hay todo tipo de venenosos metales pesados que puedes conseguir en la Factoría. Es raro por aquí porque los alumnos están bien entrenados, pero cualquiera trabajando con bronce caliente puede inhalar suficientes gases como para matarse si no son debidamente cuidadosos.” Vi a Kilvin asintiendo hacia delante, y me alegré de que no tuviera que admitir que la única razón por la que sabía eso era porque me había dado un leve caso de ella el mes anterior.
Arwyl dió un reflexivo humph, entonces hizo un ademán al otro lado de la mesa. “¿Maestro Aritmético?”
Brandeur estaba sentado a mano izquierda de la mesa. “¿Asumiendo que el prestamista toma un cuatro por ciento, cuantos peniques puedes cambiar por un talento?” Él hizo la pregunta sin mirar por encima de los papeles ante él.
“¿Qué tipo de penique, Maestro Brandeur?”
Él levantó la vista, frunciendo el ceño. “Estamos todavía en la Mancomunidad, si mal no recuerdo.”
Hice malabarismos con números en mi cabeza, trabajando desde las cifras de los libros que él había dejado en los Archivos. No eran las tarifas reales de las transacciones que obtendrías de un prestamista, sino las tarifas de transacción oficiales que los gobiernos y financiadores habían acreditado para mentirse los unos a los otros. “En peniques de hierro. Trescientos cincuenta,” dije, entonces añadí. “Uno. Y medio.”
Brandeur miró abajo a sus papeles antes incluso de que hubiera acabado de hablar. “Tu brújula marca el oro a doscientos veinte puntos, platino a ciento doce y cobalto a treinta y dos puntos. ¿Dónde te encuentras?”
Estaba atónito ante la cuestión. Orientarse mediante el trifoil requería mapas detallados y una meticulosa triangulación. Era solo usualmente practicada por capitanes marítimos y cartógrafos, y ellos usaban detalladas cartas de navegación para hacer sus cálculos. Sólo había puesto mis ojos en una brújula de trifoil dos veces en mi vida.
O era una pregunta incluida en uno de los libros que Brandeur había dejado para estudiar o había sido deliberadamente designada para ser como un pinchazo en la rueda. Dado que Brandeur y Hemme eran amigos, supuse que era lo último.
Cerré mis ojos, cogí un mapa del mundo civilizado en mi cabeza, y tomé mi mejor estimación. “¿Tarbean?” Dije. “¿Quizá algún lugar de Yll?” Abrí mis ojos. “Honestamente, no tengo ni idea.”
Brandeur hizo una marca en una hoja de papel.
“Maestro Nominador,” dijo sin apartar la vista.
Elodin me dirigió una perversa, sonrisa de complicidad, y fui súbitamente infundido con el miedo que él hubiera revelado mi parte en lo que habíamos hecho más temprano en las habitaciones de Hemme aquella misma mañana.
En vez de eso, el levanto tres dedos teatralmente.
“Tú tienes el tres de espadas en tu mano,” dijo.
“Y el cinco de espadas ha sido jugado” Él extendió sus dedos y me miró con seriedad.
“¿Cuantas espadas son?”
“Ocho espadas,” dije.
Los otros maestros se removieron ligeramente en sus asientos. Arwyl suspiró. Kilvin se encorvó. Hemme y Brandeur llegaron incluso a ponerse los ojos en blanco el uno al otro. En conjunto, daban la impresión de una prolongada y sufrida exasperación.
Elodin les frunció el ceño. “¿Qué?” preguntó él, con los bordes de su voz volviéndose gélidos. “¿Vosotros queréis que me tome este canto y baile más en serio? ¿Queréis que le pregunte cosas que solo un nominador podría responder?”
Los demás maestros se quedaron callados ante esto, pareciendo incómodos y rehuyendo el encontrarse con sus ojos.
Hemme fue la excepción y le miró abiertamente hostil.
“Bien,” dijo Elodin, volviéndose hacia mí. Sus ojos eran negros, y su voz tenía una extraña resonancia con ellos. No era fuerte, pero cuando hablaba, parecía llenar la sala entera. No dejaba hueco para ningún otro sonido. “¿Dónde va la luna,” Elodin preguntó con gravedad, “cuando deja de estar en nuestro cielo?”
La sala pareció anormalmente silenciosa cuando paró de hablar. Como si su voz hubiera dejado un agujero en el mundo.
Esperé a ver si añadía algo más a la pregunta. “No tengo la más ligera idea,” admití.
Tras la voz de Elodin, la mía parecía más bien débil e insustancial.
Elodin se encogió de hombros, entonces hizo un gesto elegante a través de la mesa. “Maestro Simpatista”
Elxa Dal era el único que realmente parecía cómodo en sus ropas formales. Como siempre, su barba oscura y su rostro delgado me hicieron pensar en el malvado hechicero de tantas malas obras de Atur. El me dirigió una mirada un tanto simpática. “¿Cómo es el vinculo de atracción galvánica lineal?” él dijo de manera brusca.
Lo recité de un tirón fácilmente.
Él asintió. “¿Cuál es la distancia de deterioro insalvable del hierro?”
“Cinco millas y media,” dije, dando la respuesta del libro a pesar del hecho de que tenía algunas objeciones con el término insalvable. Mientras que era verdad que mover una significativa cantidad de energía a más de seis millas era estadísticamente imposible, podrías utilizar la simpatía para utilizar la radiestesia a mayores distancias.
“¿Una vez una onza de agua esta bullendo, cuando calor haría falta para evaporarla completamente?”
Saque a relucir todo lo que podía recordar de las tablas de vaporización con las que había trabajado en la Factoría. “Ciento ochenta taumos.” Dije con mayor convicción de la que sentía.
“Suficiente bueno para mí,” dijo Dal. “¿Maestro Alquimista?”
Lorren me miró fijamente, con su larga cara impasible. “Cuáles son las normas del Archivo”
“Me puse colorado ante eso y miré hacia abajo. “Moverte silenciosamente,” dije. “Respetar los libros. Obedecer a los secretarios. No agua, No comida.” Di un trago. “No fuego.”
Lorren asintió. Nada en su tono o comportamiento indicaban ningún tipo de desaprobación. Sus ojos se movieron a través de la mesa. “Maestro Artificiero”
Lorren me miró fijamente, con su larga cara impasible. “Cuáles son las normas del Archivo”
“Me puse colorado ante eso y miré hacia abajo. “Moverte silenciosamente,” dije. “Respetar los libros. Obedecer a los secretarios. No agua, No comida.” Di un trago. “No fuego.”
Lorren asintió. Nada en su tono o comportamiento indicaban ningún tipo de desaprobación. Sus ojos se movieron a través de la mesa. “Maestro Artificiero”
Maldije interiormente. Durante el último ciclo, había leído los seis libros que el Maestro Lorren había dejado a los Re’lar para estudiar. Feltemi Reis’ La Caída del Imperio por si solo, me llevó diez horas. Quería pocas cosas más que tener acceso a los Archivos, y había esperado desesperadamente impresionar al Maestro Lorren respondiendo a cualquier pregunta que él pudiera pensar en formular.
Pero no tenia remedio. Me volví frente a frente a Kilvin.
“La producción galvánica del cobre,” retumbó el gran maestro con aspecto de oso a través de su barba.
Lo di en cinco lugares. Había tenido que usarlo mientras hacía cálculos para las lámparas simpáticas.
“Coeficiente conductor del galio”
Había necesitado saber eso para implantar los emisores para la lámpara. ¿Estaba Kilvin lanzándome preguntas sencillas? Dije la respuesta.
“Bien,” dijo Kilvin. “Maestro Retórico.”
Di un profundo respiro mientras me volvía para mirar a Hemme. Había ido tan lejos como para leer tres de sus libros, aunque tenía una marcada aversión por la retórica y la filosofía que no conduce a nada.
Todavía, podía oprimir mi desagrado durante dos minutos y actuar el papel del buen, humilde estudiante. Soy uno de los Edena Ruh, podía representar el papel.
Hemme me frunció el ceño, su redonda cara como una luna estaba cargada de ira. “¿Prendiste fuego a mis habitaciones, tú pequeño plebeo bastardo?”
La cruda naturaleza de la pregunta me cogió completamente fuera de guardia. Estaba preparado para preguntas difíciles, o preguntas con truco, o preguntas que él podía tergiversar para hacer que cualquier respuesta que diera pareciera incorrecta.
Pero esta súbita acusación me pilló completamente descolocado. Plebeo es un término que desprecio particularmente. Una marea de emociones tiró a través de mí y llevó el repentino sabor de ciruela a mi boca. Mientras parte de mí estaba todavía considerando la más cortés manera de responder, me encontré ya hablando. “No incendié sus habitaciones,” dije honestamente. “Pero ojalá lo hubiera hecho. Y desearía que usted estuviera allí cuando comenzará, durmiendo profundamente.”
“Re’lar Kvothe!” el Canciller dijo bruscamente. “¡Mantendrás una lengua cortés en tu cabeza o yo mismo te levantare cargos por Conducta Inapropiada!”
El sabor de ciruela desapareció tan deprisa como había venido, dejándome levemente mareado y sudando con miedo y bochorno. “Mis disculpas, Canciller,” dije rápidamente, mirando abajo hacia mis pies. “He hablado llevado por la ira. Plebeo es un término que mi gente encuentra particularmente ofensivo. Su uso revela la matanza sistemática de miles de Ruh”
Una línea curiosa apareció entre las cejas del Canciller. “Admitiré que no sabía esa particular etimología,” caviló. “Creo que voy a hacer de eso mi pregunta.”
“Espera,” interrumpió Hemme. “Yo aún no he terminado.”
“Tú has terminado,” dijo el Canciller, su voz era dura y firme. “Tú eres igual de malo que el chico, Jasom, y con menos excusa. Has demostrado que no te puedes comportar de forma profesional, así que limita tu participacion y considérate afortunado de que no convoque una censura oficial.”
Hemme se puso blanco con ira, pero aguantó su lengua.
El Canciller se volvió para mirarme “Maestro Lingüista,” él se auto-anunció formalmente.
“Re’lar Kvothe: ¿Cuál es la etimología de la palabra plebeo?.
“Proviene de las purgas instigadas por el Emperador Alcyon,” dije. “Él anunció una proclamación diciendo que cualquiera de los plebeyos ambulantes de los caminos estaban sujetos a una multa, prisión o transportación sin proceso judicial. Él termino se acortó a ´plebeo´ por estilizacion metaplásmica.
Él levantó una ceja ante eso. “¿Lo hizo?” Asentí. “Aunque también supongo que hay una conexión con el termino enrredo, refiriéndose a la apariencia desordenada de las troupes itinerantes que tienen un aspecto desaliñado"
“El Canciller asintió formalmente. “Gracias, Re’lar Kvothe. Toma asiento mientras nos consultamos.”

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